CARTA A BABETTE
Queridas damas:
Me llamo Babette y soy una señora francesa. Os escribo esta carta ya que me dirijo a vuestra casa, y sé que llegaré demasiado cansada para poder hablar.
Resulta que mi marido, Philip Melachton, bautizó a una de ellas con su nombre. Me habló mucho de ustedes y de su hogar. Resulta que el señor Melachton se fue hace mucho con su compañero Martín Lutero hacia Noruega, a una peligrosa expedición. Al ver que ninguno de los dos volvía, desconsolada, me dirijí hacia vuestro hogar, a preguntar a ver si los habíais visto. Al dirigirme hacia aquí, me encontré con la mujer del señor Lutero. Su hijo, alarmado por el hecho de que su padre no volviera, se había dirigido hacia Noruega, tal y como lo había hecho yo. Después de tranquilizarla, segí mi viaje. De hecho, me encontré a la pareja de padre e hijo, que volvían al hogar. Le pregunté al señor Lutero si sabía algo de mi señor, pero no sabía nada. Desesperada, estuve a punto volverme loca. Ya llegando a Noruega, le pregunté a un amable pescador sobre mi marido. Como mis locas conclusiones me habían hecho pensar, había muerto. Lloré.
Cuando desperté, estaba lloviendo. Cogí pergamino y pluma y escribí una carta. Cuando me levantase las rodillas me iban a temblar, pero intentaría llegar a vuestra casa. La lluvia no me dejaría ver.
Sin nada más que decir,
Me llamo Babette y soy una señora francesa. Os escribo esta carta ya que me dirijo a vuestra casa, y sé que llegaré demasiado cansada para poder hablar.
Resulta que mi marido, Philip Melachton, bautizó a una de ellas con su nombre. Me habló mucho de ustedes y de su hogar. Resulta que el señor Melachton se fue hace mucho con su compañero Martín Lutero hacia Noruega, a una peligrosa expedición. Al ver que ninguno de los dos volvía, desconsolada, me dirijí hacia vuestro hogar, a preguntar a ver si los habíais visto. Al dirigirme hacia aquí, me encontré con la mujer del señor Lutero. Su hijo, alarmado por el hecho de que su padre no volviera, se había dirigido hacia Noruega, tal y como lo había hecho yo. Después de tranquilizarla, segí mi viaje. De hecho, me encontré a la pareja de padre e hijo, que volvían al hogar. Le pregunté al señor Lutero si sabía algo de mi señor, pero no sabía nada. Desesperada, estuve a punto volverme loca. Ya llegando a Noruega, le pregunté a un amable pescador sobre mi marido. Como mis locas conclusiones me habían hecho pensar, había muerto. Lloré.
Cuando desperté, estaba lloviendo. Cogí pergamino y pluma y escribí una carta. Cuando me levantase las rodillas me iban a temblar, pero intentaría llegar a vuestra casa. La lluvia no me dejaría ver.
Sin nada más que decir,
Babette